6 de mayo de 2015

Gran angular

Desde el Campo Base no se ve el Everest. Más aún, desde el Campo 4, a 8.000 metros de altura, no se ve la cumbre. Para ver la montaña al completo es necesario alejarse, por lo menos, hasta el Kala Pattar, un hombro del pico Pumori, que se encuentra enfrente, al otro lado del glaciar del Khumbu. A veces, para obtener una visión de conjunto, es necesario alejarse y tomar perspectiva. Como a través de una lente de gran angular.


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Hablando del Everest... yo me sabía de memoria cada recodo del recorrido de un campo de altura a otro, hasta la misma cima. Al igual que podría recitar todas y cada una de las rutas de ascenso al K2, en Pakistán. Pero, en realidad, jamás había puesto los ojos sobre ninguna de aquellas dos montaña, ni los pies sobre el hielo y las rocas de los glaciares de Baltoro o Khumbu.

Y a todo esto... ¿Yo quién soy?

Muy lejos del Himalaya, entre las agujas de la sierra de Gredos.
Yo seguía expediciones al Himalaya, era mi trabajo. Una de las subespecies mas extrañas de periodista deportivo. Hablaba con  los expedicionarios que cada año acudían a las montañas más altas del planeta, rastreaba sus huellas a través del GPS, veía las imágenes y videos que enviaban, hacía preguntas a través del email, del teléfono satelital, etc. Siempre, desde un lugar a miles de kilómetros de distancia: mi casa en Madrid, un loft-oficina en Manhattan, la habitación de un motel en Colorado… o una terraza frente al Atlántico en la isla de la Palma, aquella vez que huyendo de un mal sueño de hielo aterricé en el paraíso.

Contado así, no parece serio. Desde luego, no se lo pareció a algunas personas, algunas de ellas protagonistas de las noticias. Sobre todo cuando las noticias no eran positivas para ellos. Cuando su “primera ascensión en la historia” resultaba ser la quinta o la sexta, o cuando aquella cumbre de la foto resultaba ser, en realidad, un punto del camino bastante más abajo, o justo debajo de la parte más difícil. “¿Qué sabrá ella cómo es esto, qué se siente, qué se hace y qué no?” reaccionaban, “¡Si nunca ha estado en…!”. Vamos, que escribía sin tener ni pxxa idea, que se dice por aquí.  Yo solía responderme a mí misma que me pagaban por investigar, por escribir e informar, no por subir a ninguna parte. En realidad, la necesidad de alguien como yo hablando de alguien como aquellos coleccionistas de cimas era un poco menos obvia.

A ver, ¿cómo explicarles que para ver el Everest había que alejarse, subir al Kala Pattar, tomar perspectiva? Intenté alguna vez mencionar que, desde la tranquilidad y el aire cargado de Madrid, podía ver la imagen completa. ¿Tan pronto se olvidaban de que ellos mismos, en una u otra ocasión, nos habían llamado desde los campos de altura para preguntar que ocurría en otros campos, en la otra cara de la montaña, en la cumbre sobre ellos?

Mal sitio para hacer amigos

Había otro factor que me ayudaba a ver la imagen sin más distorsiones de las necesarias: no tenía vínculos con los protagonistas de mis noticias. No era patrocinador, no era informador en exclusiva, no era madre, esposa, hija o novia de ninguno de los escaladores. Hablaba con muchos de ellos de tanto en tanto, admiraba a unos pocos, miraba con cierta desconfianza a otros... pero intenté siempre atenerme a los hechos, o eso espero. Nunca fui demasiado "hincha" . Hace poco leí en una reseña del libro que escribí sobre Edurne Pasaban que yo era "amiga personal" suya. No sé a quién se le ocurriría el comentario: desde luego yo no lo dije, y estoy segura de que Edurne tampoco. Sería presuntuoso (e inexacto) decir que aquellos alpinistas profesionales de los que escribía con, en aparencia, tanta confianza eran mis amigos. Tampoco era ésa la idea: yo me ganaba la vida realizando una labor profesional, ellos hacían la suya y, entre ambas, a veces surgían intereses enfrentados. Como cuando, decía antes, habia controversia entre lo afirmado por unos y por otros. Como cuando las cosas salían mal, y la cumbre se escapaba, y el plan fallaba o,peor aún, alguien moría. 

Ojo, que eso no quiere decir que no conociera a gente admirable. Que en algún caso me doliera en el alma invalidar una cumbre en nuestras estadísticas. Que en principio concediese el beneficio de la duda a todos porque , en serio, ¿para qué iban a mentir? Que me hiciera verdadera ilusión publicar sus triunfos y felicitarles por teléfono. Que me gustara ver nombres españoles y conocidos en mis noticias en inglés.  Que unos pocos, (poquísimos, pero por eso lo recuerdo tanto) me dieran las gracias por el trabajo realizado.  Que derramara lágrimas amargas cuando alguno de ellos se quedó en la montaña. Incluso ahora, pasados los años, todavía me duele su recuerdo. Y eso que no éramos amigos.  Y eso que estaba muy lejos de las montañas, escribiendo entre cuatro paredes...

Una vez, que no se diga, decidí acercarme. Y entendí menos que nunca. Pero esa es otra historia. 


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